lunes, 17 de marzo de 2008

Capítulo 2 (Post 1)

Samantha, o Sam como acostumbraban a llamarla en el instituto, sabía que se lo jugaba todo en aquella competición. De acuerdo en que solo se trataba de una competición de instituto pero de ella saldría la representante de la escuela en el campeonato de natación del condado. Mientras se convencía a si misma de que era la mejor y de que esta vez sí lo conseguiría no podía apartar de su mente la cara sonriente de Mollie Hadford durante su último encuentro en aquel polideportivo.
Aunque era bastante tarde el centro deportivo del pueblo continuaba siendo una instalación privada lo que obligaba al colegio a tener que aceptar aquel horario para llevar a cabo sus actividades extraordinarias. No era algo que agradase a los padres de todas aquellas muchachas pero se avenían porque, por un lado no les quedaba más remedio, y por otro sabían que las actividades deportivas siempre eran un punto a favor a la hora de la selección de candidatas en las universidades.
A Sam todo esto no le importaba demasiado. Sus notas eran mediocres y no tenía demasiadas aspiraciones académicas a pesar de que sus padres no se cansaran de insistirle sobre la importancia de cursar estudios universitarios. A Sam lo único que le interesaba era acabar con el instituto y comenzar a ganarse la vida a ser posible lejos de aquel recóndito pueblucho. Eso, y ganar a Mollie Hadford aunque fuese por una vez en la vida.

-¡Atención! -avisó con su cavernosa voz el profesor Pickman.
Todas las chicas subieron a los trampolines y se prepararon para saltar. El corazón de Sam se aceleró.
-¡Listos! -dijo Pickman dejando que el eco de su voz resonara en la estructura de la piscina cubierta mientras un extraño olor comenzaba a extenderse por el lugar.
-¡Ya!
Las ocho chicas saltaron de los trampolines en perfecta sincronía. Sam batió sus piernas bajo el agua como si fueran la cola de una sirena mientras se esforzaba por no girar su cabeza para ver qué posición ocupaba tras la salida. Al salir del buceo y coger una larga bocanada de aire notó de nuevo aquel olor, ahora mucho más intenso. A pesar de ello no se dejó distraer y comenzó a dar brazadas rápidas y enérgicas. El agua saltaba delante de ella enturbiándole la vista y embotándole los oídos. Aislada por completo de cuanto le rodeaba nadaba con el eco de sus propios chapoteos resonando en los oídos. Al cruzar las boyas de color que indicaban que acababa de sobrepasar la mitad del recorrido no pudo evitar girar su cabeza. Intuyó los brazos de la Hadford en la calle siete, justo a su derecha. Estaba muy cerca. Sin darse un segundo más de tregua sacó fuerzas de flaqueza y arrojó el resto a pesar de que estaba demasiado cansada para mantener ese ritmo hasta el final. Con la cabeza bajo el agua se dejó arrastrar por el impulso de sus últimas brazadas hasta que sus dedos tocaron el borde de la meta, sabedora de que probablemente había vuelto a perder.

Sin ganas de querer cruzar la mirada con nadie se aferró al borde y con los brazos ardiendo se impulsó fuera de la piscina. Recogió su toalla y se quitó las gafas mientras comenzaba a secarse el pelo. Entonces se dió la vuelta y comprobó que había ganado. O algo parecido.
Ella era la única que había conseguido llegar a la meta. Sus compañeras yacían en el fondo de la piscina, quietas e inertes. Algunas bocabajo, otras con los ojos abiertos hacia la cúpula de la piscina.
Incapaz de aceptar lo que sus ojos veían Sam se acercó de nuevo hasta el borde. Desde la calle siete, a tan solo cuatro metros y medio de la meta, los ojos de Mollie Hadford parecían mirarla desde el fondo de la piscina. El vello de todo su cuerpo se erizó y un frio sobrenatural le recorrió el cuerpo. Al otro lado de la piscina el cuerpo del profesor Pickman yacía tendido sobre el suelo.
-Dios mio... -murmuró, y las luces de todo el complejo se apagaron de golpe.

--PARTICIPA--

Dejamos a Connor y su hermana, de momento, e incorporamos un nuevo personaje. Ayúndanos a definirlo y darle profundidad. ¿Quién es? ¿Cómo es?
Su aventura comienza de esta forma tan terrorífica pero, ¿cómo continúa?

Capítulo 1 (Post 6)

Dos militares descendieron del vehículo. Su aspecto era realmente atemorizante. Con sus armas y toda la cara tapada por aquellas siniestras máscaras parecían seres de otro mundo. Sin mediar una sola palabra agarraron a Connor de los brazos apretándole tan fuerte que se retorció por el dolor. A pesar de ello trató de zafarse pero fue inútil. En aquellos momentos, incluso pasó por su cabeza un pensamiento egoísta. Si hubiese intentado huir él solo probablemente lo habría conseguido.
Sin importarles la edad que tenía y el daño que podían causarle le arrojaron a la parte trasera del vehículo despojándole de su mochila que tiraron en mitad de la calle. Connor gruñó al golpearse contra el frio y duro suelo metálico de la camioneta. Una docena de ojos le observaban. En seguida comprendió que las personas que le observarban con miradas asustadas y piadosas estaban en su misma situación.
Uno de ellos se agachó y le ayudó a levantarse.
-¿Estás bien, muchacho? -le preguntó
Connor asintió mordiéndose los labios para no llorar de nuevo.
Los demás murmuraron cosas sobre el destino que les aguardaba. Uno de ellos se puso a golpear con los puños las paredes metálicas del interior del vehículo mientras profería toda clase de insultos. Los demás sencillamente permanecían callados o rezaban en susurros.
El vehículo se puso en marcha y Connor se hizo un hueco en el interior para poder mirar por una de las dos minúsculas ventanillas de que disponían. Lo hizo justo a tiempo para comprobar que Jenni ya no estaba escondida tras la esquina. Ignoraba si la habían atrapado o si había conseguido huir sin ser vista.
Pensando en ella y en el aciago destino que le aguardaba se sentó derrotado e incapaz de poder asimilar cuanto estaba sucediendo. Y entonces, cuando ya lo daba todo por perdido, la puerta por la que le habían arrojado a aquel vehículo se abrió de golpe. Uno de sus compañeros presos había logrado forzarla y todos estaban saltando a la carretera. Connor se acercó a la puerta teniendo buen cuidado de no caer. Dos de los que ya se habían lanzado fuera se arrastraban por el asfalto. Sin duda se habían lesionado.
El vehículo se detuvo bruscamente haciendo que todos cuantos aun quedaban en él perdieran el equilibrio y salieran despedidos hacia el interior golpeándose unos contra otros. Probablemente los militares se habían dado cuenta de la fuga. Connor no esperó más y haciendo acopio de todas las fuerzas que le quedaban se levantó y saltó fuera de la cabina echando a correr tan rápido como pudo. Por suerte estaba ya fuera del pueblo y el bosque se extendía a ambos lados de la carretera. A escasos metros de él podía ver como algunos de sus compañeros también hacían lo mismo y trataban de refugiarse en la espesura del bosque.
Los militares bajaron justo a tiempo para poder ver como desaparecían en la oscuridad sus prisioneros. Con paso firme se encaminaron carretera adelante siguiendo el lastimero sonido del gemir de los dos primeros que saltaron del vehículo. Estaban prácticamente uno al lado del otro. Uno de ellos era un hombre de mediana edad. El cristal derecho de sus gafas estaba hecho añicos y, al parecer, su rodilla izquierda también. El otro era tan solo un muchacho. No debía pasar de los veinte años. Los militares no tuvieron ni que mirarse para llegar a una conclusión sobre qué debían hacer con ellos.
Mientras Connor corría entre los altísimos árboles pudo escuchar las dos ráfagas, casi simultáneas rompiendo la quietud de la noche, interrumpida tan solo por el rítmico crepitar de ramas y hojas bajo sus pies.