miércoles, 23 de enero de 2008

CAPITULO 1 (Post 3)

Fue entonces cuando Connor los vio por primera vez durante aquella larga noche. Surgieron de la negrura como fantasmas. Desde donde se encontraba, sus cabezas parecían extrañamente deformadas, como si fueran seres de otro mundo. Sin embargo, eran muy reales y muy humanos.
Vestían ropa del ejército y sus rostros estaban cubiertos por unas siniestras mascarillas, como las que había visto en las películas. Todos iban armados con rifles sobre los que había encastrada una potente linterna de la que emanaba un haz de luz azul que cortaban la noche como rayos láser.
Caminaban de forma tranquila, como si estuvieran de paseo. Sin duda era de ellos de los que huía aquel hombre asustado. Sin embargo, a estos perseguidores no parecía importarles la ventaja que les llevaba. Parecían tener todo el tiempo del mundo.
Aunque se encontraban lejos, Connor pudo ver como se detenían frente a la puerta de una de las casas y la arrojaban al suelo usando un ariete hidráulico. A pesar del enorme ruido que aquel golpe debía haber producido en el interior de la casa no escuchó grito alguno. Dos de aquellos militares entraron. Apenas un minuto después salieron y continuaron avanzando calle arriba. Al llegar frente a la siguiente puerta, donde vivían Lewis y sus padres, a los que conocía de toda la vida, repitieron la operación. Cuando acabaron de hacer lo que sea que hacían continuaron avanzando. Hacia él. Hacia su casa.
La puerta de la familia Monroe se abrió. Su casa estaba tan solo dos puertas más abajo, en la acera de en frente a la suya. De ella salió Miranda, la mujer del señor Monroe que era mucho más joven que él y mezclaba inglés con español de una forma que a Connor siempre le había hecho mucha gracia. Los militares en seguida se volvieron hacia ella. Miranda se les acercó visiblemente alterada. Aunque Connor no podía entender muy bien lo que decía, en parte por lo mal que hablaba y en parte porque estaba relativamente lejos, le pareció por los ademanes que estaba pidiendo ayuda a aquella gente. Uno de los militares hizo un gesto con la mano. Otro se acercó a la mujer y, sin mediar palabra, abrió fuego sobre ella.
Mientras Connor veía la silueta de su vecina salir despedida hacia atrás y caer sobre la acera, sus pies retrocedían silenciosamente hacia la seguridad de su casa. Mientras cerraba la puerta temblando de pies a cabeza por lo que acababa de contemplar, se dio cuenta de que ya sabía de donde procedían aquellos estallidos que había confundido con fuegos artificiales. Mientras imaginaba la misma escena repitiéndose por todas partes en el pueblo, el estómago se le encogió y comenzó a sollozar.
Rápidamente, y secándose las lágrimas, se obligó a mantener la compostura y corrió en busca de su padre escaleras arriba. Él sabría qué hacer. Tenía que avisar a toda su familia de lo que estaba ocurriendo.
Recorrió el pasillo hasta el dormitorio de sus padres y penetró en él gritando desesperado. Sus ojos se habían habituado a la oscuridad por lo que, a pesar de no haber ninguna fuente de luz en el dormitorio, podía distinguir perfectamente los cuerpos de sus padres dormidos bajo las sábanas. Connor zarandeó la pierna de su padre sin dejar de llamarle pero tanto él como su madre parecían ajenos a cuanto sucedía a su alrededor. No habían percibido aquel olor, no le oían ni a él ni a los siniestros fuegos artificiales. Y por lo visto, tampoco podían sentían las manos de su hijo sobre ellos.
El corazón de Connor se detuvo sintiéndose más asustado que nunca antes en toda su vida. Con los ojos llenos de lágrimas se aproximó hasta el cabecero de la cama y pudo comprobar que tanto su padre como su madre se habían despertado. Probablemente lo habían hecho hacía ya un buen rato. Quizá al mismo tiempo que Connor. La única diferencia era que ellos no se habían levantado. Y probablemente nunca lo harían.
Los ojos de su madre miraban al techo con expresión sombría. Sus labios esbozaban una mueca de tristeza, casi teatral. La mirada de su padre parecía buscar los ojos de su mujer pero escrutaban el infinito. Su boca estaba abierta como si hubiera ahogado un grito en el último momento.
Connor temblaba de pies a cabeza incapaz de asumir todo lo que estaba sucediendo aquella noche. Entonces pensó en su hermana.

--PARTICIPA—

¿Qué ha ocurrido o va a ocurrir con su hermana? ¿Cómo se llama? ¿Su destino está unido al de sus padres o tan solo está dormida? ¿Sigue en su habitación?

lunes, 21 de enero de 2008

---INCISO IMPORTANTE---

Debido a la excelente acogida que está teniendo este experimento, creo necesario sentar unas bases en la parte que se refiere a la participación, que es la que a mi entender se está prestando a mayor confusión.

La idea es la de ir publicando entradas que irán componiendo un relato tipo novela o serial (normalmente dejando siempre la acción en suspense para la siguiente entrada). Los comentarios que se hagan en cada una de estas entradas pueden expresar su gusto o disgusto sobre lo explicado, sugerir continuaciones o giros pero NO ES NECESARIO redactar esas posibles continuaciones como si fueran un relato. Basta con decir qué es lo que te gustaría que pasara a continuación.
Si no lo hacemos de esta manera corremos el riesgo de que este experimento se convierta en un "cadáver exquisito" lo cual está muy bien para pasar una tarde pero no para algo que debe tener una continuidad en el tiempo.
Por esto, he decidido que a partir de ahora, las propuestas de giros, continuaciones, cambios, incorporaciones o ceses de personajes, etc,... se hará sobre una (o varias) cuestión/es concreta/s en determinadas entradas, especificándolo expresamente en el final de la misma.

Un ejemplo:

Pongamos por caso que en la próxima entrada Connor sigue al personaje misterioso que corría por la calle y aunque no consigue alcanzarle encuentra algo que se le ha caído. Yo termnaría el post aquí pero añadiría una solicitud de propuestas para que quien quiera sugiera qué puede haber dejado caer dicho personaje, extendiéndose sobre la cuestión lo que considere necesario.

Aunque esto limita la participación hasta un cierto punto, creo que es la única manera de mantener cierta coherencia y ser justo con todos los que querais intervenir. Además, las propuestas que hagais pueden ser secundadas por los demas con sus comentarios o lo contrario.

Un saludo y gracias por seguir aquí. Cualquier duda, pega o lo que sea, no dudeis en comentármela.

miércoles, 16 de enero de 2008

CAPITULO 1 (Post 2)

Los labios de Connor se torcieron en una mueca de desagrado. Su cuerpo se agitó un momento entre las sábanas y finalmente sus ojos se abrieron. Algo le había arrancado de su sueño como si unas manos invisibles le hubieran zarandeado y después se hubiesen desvanecido en la oscuridad de su habitación.
El muchacho se incorporó lo suficiente para echar un ojo a la hora que marcaba su despertador. Tan solo eran las tres y diez de la madrugada. Se frotó los ojos con fruición. Le picaban como si le hubiera entrado polvo bajo los párpados. Había un extraño olor en el ambiente, similar al de la fruta podrida. Precisamente esa pestilencia era la que le había roto el sueño aunque ahora mismo no se le ocurría de donde podía proceder. No acostumbraba a llevarse comida a la habitación pero aquel olor debía salir de alguna parte y debía descubrir de donde o no podría volver a conciliar el sueño.
Apartó las sábanas y se levantó. Se dirigió hacia la ventana que estaba completamente cerrada. La calle estaba desierta y oscura. Ni siquiera la farola que había junto a la casa estaba encendida. Abrió la ventana y dejó que el aire nocturno penetrara en su habitación, pero el olor parecía estar también en la calle. Le pareció escuchar el eco amortiguado de fuegos artificiales. Lo ignoró y se asomó tratando de avistar los contenedores de la esquina pero apenas podía ver nada debido a que ninguna de las farolas de la calle estaban encendidas. Probablemente había alguna avería eléctrica en el barrio. Automáticamente deslizó su mano hasta el interruptor de la luz de su lámpara de noche y lo apretó. La bombilla permaneció inerte. Era un apagón en toda regla, no había duda.
Aún intrigado por aquel persistente olor salió de la habitación y recorrió el pasillo hasta las escaleras que descendían al comedor y la cocina en la planta baja. El silencio en la casa era absoluto. Ni siquiera escuchaba los habituales ronquidos de su madre. El olor también estaba presente en aquel pasillo. El escozor de los ojos tampoco disminuía.
Bajó los escalones y entró en la cocina. Abrió el armario tras el que se guardaba el cubo de la basura pero estaba vacío. Tenía que asegurarse. Con un rápido vistazo comprobó que todas la ventanas de la planta baja estaban cerradas. Se preguntó como es que los demás podían seguir dormidos con aquel olor impregnando toda la casa.
-¿Es que no lo huelen? –murmuró.
Connor abrió la puerta de la calle. El olor también estaba allí, pero tampoco era más fuerte. ¿Cuál era la fuente? ¿De dónde procedía? Por fuerza tenía que venir de los contenedores de basura. Una suave ráfaga de viento penetró entre los botones de su pijama haciéndole estremecer. Podía escuchar a lo lejos aquel ruido similar al de los fuegos artificiales. Estallidos amortiguados y desacompasados. Debían celebrar algo en Dayton o quizá en Hooksville. Sin embargo, aunque era una noche oscura y sin nubes, no veía luces de colores en el cielo. Tan solo las estrellas y una luna pálida.
Procurando no soltar el pomo de la puerta, atravesó el umbral intentado captar mejor aquél sonido que ahora se sumaba al misterio del persistente olor. Se preguntó qué opinarían sus padres si en aquel momento se levantaran y le vieran allí husmeando la calle. Y justo mientras sonreía imaginando la situación escuchó el ruido de unos pasos apresurados que recorrían la calle en su dirección. Connor retrocedió de nuevo hasta la seguridad de su casa y cerró la puerta dejando tan solo una pequeña abertura por la que observar. No había duda de que el ruido lo provocaban los pasos a la carrera de alguien que corría calle arriba. Connor se tapó la nariz. No acababa de acostumbrarse a aquel repugnante olor. Agazapado tras la puerta continuó escrutando la oscuridad hasta que, tal y como imaginaba, vio a un hombre cruzar por delante de su casa corriendo torpemente. Parecía cansado, casi al límite de sus fuerzas. Aunque desde dónde estaba no podía percibir demasiados detalles no le parecía que aquel tipo llevara ropa deportiva, y además ¿quién se pone a hacer “footing” a las tres y pico de la madrugada? Mientras se planteaba la posibilidad de volver a asomarse, el ruido de los pasos, que ahora se alejaban, se transformó en un golpe aparatoso al que siguió el silencio. Connor se asomó de nuevo incapaz de reprimir su curiosidad por confirmar lo que ya imaginaba; aquel tipo se había desplomado. Forzando al máximo sus retinas pudo entrever como el bulto que formaba aquel tipo sobre el asfalto se incorporaba con dificultad. Connor atravesó de nuevo el umbral de su casa para intentar captar mejor lo que sucedía y, de repente, como si le hubiera escuchado, el hombre se giró hacia él. A pesar de la profunda oscuridad que inundaba la calle Connor pudo ver sus ojos brillando a la luz de la luna. Eran ojos asustados. Connor no pudo reprimir un sobresalto al ser descubierto pero no retrocedió. El hombre miró entonces hacia el final de la calle, inquieto, como si le preocupara que algo o alguien le siguiera. Seguidamente acabó de incorporarse y dirigiéndose hacia Connor dijo:
-¡Corre chico! Ya vienen.
Antes de que Connor pudiera darle un sentido a aquellas palabras, el tipo echó a correr de nuevo y se perdió en la oscuridad de la calle.
Connor se giró en dirección contraria. La brisa le agitó los cabellos y un escalofrío le recorrió la espalda. El olor seguía allí y aquellos estallidos se oían cada vez más cerca.

viernes, 11 de enero de 2008

CAPÍTULO 1 (Post 1)

Los pies de Connor se movían más rápido de lo que jamás lo habían hecho antes. Tanto, que constantemente perdía la coordinación entre sus piernas y las rodillas le flaqueaban haciendo que todo su cuerpo se tambaleara y estuviera a punto de caer. Por suerte para él eso no había llegado a ocurrir. En aquel momento, perder velocidad, desfallecer o detenerse por el motivo que fuera podía ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Junto a él corrían media docena de personas más. No conocía a ninguna de ellas salvo a una mujer joven, que estaba unos diez metros por delante de él y a la que había visto alguna vez al ir a comprar a la tienda de comestibles del señor Greez. Nunca le había prestado mucha atención. Era solo una cara más de las muchas que un chico como él podía ver cuando hacía los recados. Sin embargo, aquella mujer era ahora el ser humano más próximo a él. Quizá la única persona conocida, si podía decirse así, que le acompañaría en los últimos compases de su corta vida.
Una ráfaga de disparos interrumpió los pensamientos de Connor haciéndole de nuevo perder el paso. Las lágrimas se le habían secado ya en las mejillas y respiraba como al final de una clase de gimnasia. No podría aguantar durante mucho tiempo más aquel ritmo. Además, y por si su situación no fuera ya lo bastante desesperada, el ruido de aquellas balas había servido para que el pequeño grupo se dispersara aún más, haciéndole perder de vista a tres de los que lo componían, entre ellos la única mujer a la que reconocía. Se sintió mal por ello pero en el fondo pensó que serviría para que sus perseguidores también se dividieran y por lo tanto aumentaran sus probabilidades de conseguir esquivarlos para siempre.
La sangre bombeaba ya en sus oídos como una alarma de su exhausto cuerpecito que avisara de estar llegando al límite de su capacidad física. El flato hacía ya un buen rato que había hecho acto de presencia. Ya no podía más. Tenía que detenerse. En su mente comenzó a fraguarse la idea de buscar un lugar donde ocultarse y así sobreponerse y recuperar el aliento, sin embargo, y a pesar de encontrarse en mitad de un bosque, ningún lugar le parecía lo bastante recóndito como para servir de escondite.
-Corre muchacho,… no te pares –le indicó entrecortadamente el hombre que tenía más cerca. Era un hombre mayor, de unos cincuenta y tantos años. Su aspecto no era el de una persona que estuviera en forma y su rostro estaba totalmente enrojecido. Sin embargo, no solo llevaba más de diez minutos corriendo a su lado, sino que apretaba el paso como si el suelo estuviera cubierto de brasas ardientes.
Apenas le había rebasado en cinco metros cuando el rugido de otra ráfaga cruzó el bosque y la cabeza de aquel hombre estalló parcialmente. Su cuerpo, empujado por la inercia de la carrera, continuó corriendo ocho o diez metros más antes de desplomarse y rodar hasta quedar extrañamente retorcido junto a las raíces de un árbol. Connor contuvo un grito al presenciar aquella escena que había tenido lugar ante sus inocentes ojos en apenas tres o cuatro segundos. Lamentablemente los suficientes para distraerle y no darse cuenta de que ante él emergían del suelo las nudosas raíces del mismo árbol junto al que ahora mismo se encontraba aquel hombre que había intentado darle aliento apenas hacía unos segundos.
El pie de Connor se trabó en la raiz y salió despedido hacia delante. Mientras volaba, pudo ver como a camara lenta se alejaban los pocos compañeros de huida que aún estaban dentro de su campo de visión. El golpe contra el suelo fue violento y notó como los brazos se raspaban y arañaban contra las piedras al proteger su cabeza en la caída. Cuando dejó de resbalar sobre las hojas se permitió un leve bufido y apretó los dientes para no gritar más alto. El golpe había sido doloroso pero en el fondo agradecía haberse podido detener.
Tendido en el suelo, con la mirada clavada en la tierra marrón y en las hojas secas, no se atrevió a moverse. Esperaba que en cualquier momento le sucediera como a aquel señor y un proyectil terminara de una vez por todas con aquella pesadilla. Al menos, no había oído gritar a aquel hombre. Admitía que haber visto su cráneo estallar de aquella forma era probablemente lo más horrible que había contemplado nunca pero, al menos, parecía una muerte rápida. Ahora solo podía esperar. Pensó en sus padres y en su hermana. Cerró los ojos y esperó.